sábado, 14 de junio de 2014

Parménides a 2500 años



                                              Parménides a 2500 años


                                             Parménides a 2500 años de distancia


            A 2500 años de distancia persiste aún el problema de la correcta interpretación del Poema de Parménides y en general de los escritos de los primeros filósofos griegos. La razón de esto está, en mi opinión, no tanto en la fragmentaria conservación de los textos, como pudiera uno inclinarse a pensar, sino más bien en el temor, muy platónico, de que no estemos familiarizados con sus palabras (según se lee en cierto pasaje del Teeteto); porque en el caso específico de Parménides nos ha sido transmitido, a mi parecer, casi el 100% de la parte principal y más importante de su obra y sin embargo no ha habido aún un consenso entre los estudiosos en cuanto a su interpretación. No hay, pues, que buscar la razón principal en la falta de textos. Platón, que tenía acceso a los que nosotros no, no se mostraba especialmente satisfecho por ello, puesto que nos deja ver, en el Sofista, su disgusto por la manera descomedida en que sus autores se expresaban, ya que nos dice, en boca del Extranjero de Elea:

      …que ellos han tenido muy poca consideración hacia nosotros, al desdeñarnos,
      pues cada uno prosigue sus argumentos hasta el fin, sin preocuparse de si los
      seguimos o si nos han dejado atrás.

Y enseguida parece reprocharles su manera insinuada e indirecta de expresar su pensamiento, cuando dice, aludiendo quizás a Anaximandro:

      Cuando uno de ellos toma la palabra para decir que es o ha llegado a ser muchos
      o uno o dos, y que lo caliente, a su turno, se ha mezclado con lo frío, y en alguna
      otra parte supone separaciones y combinaciones, ¿entiendes tú, Teeteto, ¡por los
      dioses!, algo de estas cosas?

Platón capta, pues, el problema inherente a la dificultad de comprender las palabras de pensadores que parecen no tener ninguna intención de ser explícitos, y sí la de querer ocultar su pensamiento. Sin embargo, por debajo de sus reproches, puede percibirse su íntimo deseo de alcanzar lo que aquéllos ocultaban.    
     Hay otro modo de ver el asunto, inconciliable con lo apuntado hasta aquí. Me refiero a la percepción aristotélica de los escritos presocráticos. Aristóteles, en efecto, mucho menos sensible a estas cosas que su maestro, y mucho más dado a otro tipo de apreciaciones, no capta ninguna oblicuidad en las palabras ni en las intenciones de aquellos a quienes juzga más bien como filósofos sin experiencia, que pertenecen a una época en que “la filosofía, joven aún y en sus comienzos, es como un niño que balbucea”. Tal apreciación aristotélica, que parece muy razonable a pesar de lo excesivo de su última frase, ha marcado su huella en la mente de la gran mayoría de los estudiosos modernos de los presocráticos, para quienes éstos eran pensadores arcaicos y un tanto primitivos, lo cual me parece ser un obstáculo que nos impediría apreciar su verdadera talla intelectual, en caso de que a la postre este juicio resultara una apreciación que no les hace justicia. Tal juicio sería entonces una trampa en la que se ha caído, influida por aquella otra en la que cayó el propio Aristóteles al percibir en los escritos de dichos filósofos sólo torpes intentos por expresar lo que iba a ser después de ellos la filosofía aristotélica.
     Considero que es más bien la visión platónica, que mira a aquellos “grandes e ilustres hombres del pasado”, según el mismo Platón los llama, como escritores huraños y descomedidos, la que nos puede acercar al verdadero ámbito de su pensamiento y a las razones de aquella desconfianza que mostraron en revelarnos su íntimo pensar. En su época no había aún una tradición filosófica, puesto que ellos la estaban iniciando. Eran conscientes de que sus escritos irían a caer en manos de un público no preparado para recibirlos. De ahí que aquéllos, como Descartes mucho tiempo después, se presentaran ante tal público como “filósofos enmascarados”. Sólo a pensadores como ellos podían confiar sin problemas la comunicación de sus ideas de un modo directo. La cita que Platón hace de Anaximandro en el pasaje del Sofista que hemos presentado puede entenderse en este sentido. Ahí vimos que el filósofo milesio nos dice que en cierto momento “lo caliente se ha mezclado con lo frío”. Esto parece sugerir que lo caliente y lo frío persisten como tales durante su mezcla. Si esto es así, ¿qué es lo que se oculta tras la máscara de estas palabras, puesto que tan singular “mezcla” no puede entenderse propiamente al pie de la letra? Sea cual fuere la respuesta a esto, la sola pregunta debe indicarnos que el autor de tan curiosa frase se estaba expresando simbólica y oblicuamente y que por ello no debe ser considerado como un filósofo meramente naturalista.
     Estas consideraciones pueden incluso llevarnos a dudar de si los primeros filósofos griegos eran realmente pensadores arcaicos que no distinguían lo corpóreo de lo incorpóreo y ayudarnos también a valorar la primera época de la filosofía griega no ya como la “aurora”, sino decididamente como la eclosión del pensamiento filosófico en Grecia. Esta es mi propuesta.
     Hay un significativo pasaje platónico que nos conecta ya de lleno con Parménides, otro de aquellos filósofos que se nos presentan enmascarados, aunque aquí la máscara es de distinto tipo y adquiere diversos aspectos: Por un lado, Parménides se nos presenta disfrazado con la imagen de su propia Musa, aquella “diosa” del v. 22 del Proemio, que recibe acogedoramente a cierto “joven”, que no es otro que el receptor de su discurso, es decir, el propio lector del Poema parmenídeo. En efecto, la Musa de Parménides se dirige a un joven que no esté aún contaminado por doctrinas que no son más que “opiniones de mortales”, y que además esté dispuesto a pensar por sí mismo, ya que Ella, como veremos, lo inducirá a hacerlo así. Por otro lado, su propia peroración se reviste de ciertas máscaras que de un modo u otro ocultan aquí y allá lo que tras ellas contiene. Una de dichas máscaras nos la revela lo que sugiere el pasaje platónico de Teeteto 184 a, en el que en boca de Sócrates nos dice Platón:

         Temo que no estemos familiarizados con sus palabras, y que lo que formuló
         en su meditación nos rebase por completo.

En efecto, esta feliz confidencia habla por sí misma de una característica de ciertos pasajes parmenídeos, a saber: su lenguaje elíptico; y sus elipsis, es  decir, “lo que formuló meditando” la Musa en ellos, lo que pensó sin expresarlo, rebasaron no sólo a Platón, que tuvo conciencia de ello, sino también a Aristóteles, que no la tuvo, e incluso a todos nosotros, los modernos investigadores del pensamiento parmenídeo. Un ejemplo ilustrativo de esto está en el Fr. 2  (B2 en D-K), como veremos enseguida.
     La Musa se dirige, pues, al joven que la escucha, con un lenguaje elíptico que tiene, no obstante, la apariencia, es decir, la máscara, de ser un lenguaje directo y franco, pero que comienza significativamente con una exhortación que esconde una advertencia:

        ¡Vamos!, yo hablaré; tú, en tanto, nutre el discurso tras haber escuchado.

Nos exhorta a nutrir, es decir, a hacer crecer el discurso con las glosas y las elipsis que sus frases sugieren. Incluso en este primer verso de B2, en su final, se puede sentir una elipsis bastante adecuada: “…nutre el discurso tras haber escuchado (con atención y reflexión cada uno de sus pasajes)”. La advertencia consiste en que si no se atiende a su exhortación, las palabras de la Musa no podrán ser comprendidas. El segundo verso entra ya en materia con una frase interrogativa:

        ¿Cuáles únicas vías de investigación son concebibles?

Esta cuestión parece indicar la presencia de una meditación previa que no ha sido expresada: apunta hacia atrás antes que hacia delante. Debe hacernos pensar que ya ha sido considerada la existencia de ciertas vías de investigación, y que en este momento se inquiere, teniéndolas a la vista, cuáles de ellas son las únicas que puede concebirse. Este sentido analéptico de la frase interrogativa descubriría fácilmente la elipsis que encierra, la que mostraremos al final de mi intervención. Pero, en cambio, ha sido entendida universalmente en un sentido proléptico que le quita todo su encanto. En efecto, se ha supuesto, perdiendo de vista aquella meditación previa, que las únicas vías de investigación concebibles son las dos que se presentan enseguida, lo cual da lugar, por lo que prosigue, a una comprometida situación. La primera de estas vías, como dice el v. 4, “es un camino de persuasión, pues la Verdad lo sigue”. Los siguientes versos hablan de otra que es “un sendero por completo desconocido, pues no podrías conocer lo no real”. Con esto, la Musa parmenídea presentaría, de manera sorpresiva e incluso provocadora, una segunda vía que, por ser del todo desconocida como una vía real, difícilmente podría concebirse como tal. De este modo, la diosa estaría incitando a un sorprendido lector que ha caído en su trampa, a encararla de la siguiente manera: ¿cómo es que me presentas dos vías que supuestamente son concebibles en cuanto tales, pues tu pregunta lo sugiere así, y luego resulta que la segunda es del todo inconcebible? ¿Cómo hablas de vías (en plural) que son concebibles y luego ocurre que sólo una de ellas lo es? La probable respuesta de nuestra bribona Musa sería: ”Ya te lo he dicho: escucha mi discurso con atención y reflexión, y además, nútrelo”. La diosa parmenídea incita, pues, a su “joven” lector a atender reflexivamente sus expresiones, es decir, a pensar por sí mismo, por lo que éste es llevado a reconsiderar el pasaje y a preguntarse a la vez cómo identificar “las únicas vías de investigación concebibles” con la primera de las presentadas. ¿Cómo identificar unas vías plurales con una vía singular? ¡Sin duda debe tratarse de una vía muy singular! Y la Musa desafía a su “joven” lector a encontrar la solución a tan singular problema. Supongamos que nuestro “joven”, después de darle varias vueltas al asunto, llega a la conclusión de que la única manera de hacer esto es considerar esta primera vía como una vía genérica, de modo que las únicas y particulares vías de investigación que son concebibles puedan estar comprendidas en ella. Así, la Verdad, que sigue aquel “camino de persuasión”, estaría conformada por varias vías discursivas que supuestamente la redondearían, según nos dice la Musa al iniciar su discurso filosófico:
                 
                  …es necesario que te informes de todo:
           por un lado, del corazón imperturbable de la Verdad bien redondeada…
      
Este “camino de persuasión”, la primera vía genérica, es la doctrina verdadera, que está conformada por vías discursivas que son las únicas concebibles en cuanto tales. Pero entonces, ¿a qué viene presentar también otra presunta “vía” de investigación del todo inconcebible, puesto que no es verdadera vía, como dice nuestra Musa en B8. 17-18, y no merece tal nombre? ¿Cómo es que habla de ella si no tiene realidad en cuanto vía? ¿Se trata de un camino que retrocede (como dice en B6. 9) en busca tal vez de un nuevo punto de partida? Tal vía, inconcebible en cuanto verdadera vía, en cuanto vía que avanza sin retrocesos ni vacilaciones, es también una vía genérica, es aquella que comprende las opiniones de los mortales, de las que se habla en B1. 30, es decir, la que contiene las vías de investigación particulares que siguieron, supuestamente, milesios y pitagóricos en su particular modo de conducir su pensamiento, de llevarlo por unas vías que no eran tales estrictamente; es aquella “por la que los mortales que nada saben son arrastrados, sordos y ciegos”, ya que ni escuchan las implicaciones de lo que dicen ni ven el incierto camino que siguen. De acuerdo con todo esto, ¿cómo hemos de entender aquella pregunta de la Musa parmenídea acerca de las únicas vías de investigación concebibles para que tenga cabida en los versos siguientes una segunda vía de investigación por completo inconcebible? Sólo podremos comprender aquella frase interrogativa aplicándole la exhortación de la diosa de nutrir su discurso haciéndolo crecer y extenderse, es decir, realizando aquella meditación previa acerca de la existencia de una diversidad de vías a la que nos hemos referido. Una vez efectuado esto, el verso 2 nos descubre ya su elipsis:

         ¿Cuáles únicas vías de investigación son concebibles… y cuáles otras no lo son?


Rafael Gálvez Garduño.  
U. N. A. M.
ragalgar gmail.com
31 de agosto de 2011.     


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